martes, 28 de julio de 2009

Cuentos de Wilson Díaz

VICIOS CERRADOS

“Descubrió sus blancos muslitos
Coronados por una rajita boba,
Imberbe y rosada”
Guillaume Apollinaire
Las once mil vergas.

La puerta de la habitación se encontraba entre abierta, el baile de sombras caían en la cama desapareciendo sobre los extremos de las sabanas.

El inquietante ruido de la máquina de escribir aceleraba el ritmo de mis dedos, aprisionados en las teclas rojas oscureciendo mi oficio creativo, para escribir estupideces acerca de un informe postizo, que daba asco redactar. “Abusos Sexuales En La Infancia”.

El reloj marcaba las seis en punto de la tarde. Había perdido cinco horas de completa eyaculación literaria satisfaciendo un deseo que viajaba en mi pensamiento atafagado entre un impulso hormonal muy anormal, pero que supuraba un final excitante, oculto y para nada convencional. Las horas se suicidaban en el cesto de la basura tropezando con los segundos, de un día que se tornaba inútil.

El cigarrillo como analgésico narcótico, tranquilizaba una ansiedad que no lograba definir, el humo que salía devoraba las comisuras de mis labios, mi sucia mano prendió la lámpara de copa para tachar con brusquedad objetivaciones demasiado frígidas.

A tres pasos escuchaba los pequeños gritos de la legión infantil, saltando y saltando como poseídos por un demonio hermafrodita; me levante de la silla de cuero, mis gónadas subían y bajaban transportándome al pasado del árbol genealógico de los Claudio,

encarnando a Tiberio, el tiburón que saciaba su perversión colocándose de pie en la mitad de su piscina donde nadaban sus peces humanos, desnudos con su carnita esperando al acecho una mordida en sus nalgas.

Mi ambición sexual era incontrolable, me la estire detrás de la puerta, una gota escurrió por fuera de mi pantalón, me la guardé y salí en busca de mis presas.

Invadí la habitación de sombras donde cambiaba la silueta negra en un manojo de carne viva; Vanessa me dirigió una sonrisa suspicaz, era rubia, delgada, su bicicletero rosado apretaba su almendrita; su culito estaba creciendo.

__ ¿Quieres jugar al pescado Cao Cao?

__Sí, contesté, complaciente.

__ Debes adivinar un tragapalabras, de lo contrario no participarás en el juego.

Musito Vanessa, atrapando con su mano su rubia cabellera, luego la soltó a un costado de su cuellito virgen. Su mirada era para mí sugestiva, exquisita, quise actuar con malicia pero Vanessa se me adelanto recitando un barullo de palabras:

“Busca algo…se que busca algo…

Todavía no lo encuentre…

Te regalo esto si lo quiere… Es mío.”

No agüanté ni un minuto más, la tome por su cintura, acariciando el dorso por encima de sus acostumbradores, quería ya ser mujer.

__ Quítate la prenda_ le dije a Vanessa para conocer tus escamas, debía ser muy inteligente y ella muy ingenua, esa actitud me excitaba.

No permitiría que nadie se interpusiera, así que opte por derribar su muñeca de porcelana, divorcié de mi cuerpo los zapatos, el pantalón, el calzón color crema tradicional; no me desabotoné la camisa, la tiré como si fuera una camisa más, solo me deje los calcetines tobilleras, mis pies eran sumamente horribles y a Vanessa le podría incomodar renunciando a mi deseo.

Que delicia se manifestó cuando arroje el bicicletero, roce mis dedos en su conchita calva, sin ningún rastro de contacto sexual; la hice acurrucar encima de mi falo.

__Vane abre tu coñito. Quiero ver el futuro.

__Pero si tú aún no has adivinado el “tragapalabras”. Contesto Vanessa.

__ No importa, con el tiempo lo sabré. Vocifere entre dientes.

Le metí mi dedo juguetón, luego la senté sobre mi rostro para que los cuatro labios cantaran con el pliegue rojo de mi lengua, como si fuera una penetración oral.

Vanessa cabalgaba con timidez, gemía casi llorando, mis manos se trenzaban sobre sus muslos, la seda de su piel me aceleraba la vena pineal, el corazón de mis gónadas latía erizando mi vello sudoroso.

Un grito bestial pronuncio la tierna boca de Vanessa mi falo se abría camino produciendo un dolor sumiso de niña penetrada, no llores mi niña un poco más y descifrare tu tragapalabras hay que esperar, no seas rebelde.

Manipulaba su cuerpo como un titiritero, mi muñeca se inclinaba, estremecía su cuerpo, sus ojos grises estaban desorbitados; como si su cabeza fuera a rodar.

Enana de trapo relájate ahora en adelante seré la piraña de tu cuerpo. La mordí, mi falo eyaculaba placer junto a un hilo de sangre que tinturaba con frenesí mis piernas, las de ella, las del universo pedofilico que burbujea placer, aberración, miedo al ser descubierto, adrenalina que corre por las venas. Vanessa deseaba huir, enloquecía, no podía dejarla ir agarre su dorada cabellera, le escupí en la cara tenía que calmarse; al fin llegue a mi orgasmo no sé si ella llego al suyo, no me importaba, mi para filia era unitaria donde el cuerpo respira y transpira una perversión solitaria pero que requiere de un componente infantil para que culmine sublime, perfecto.

La empujé como un trapo usado, salí sin mirarla mucho menos sin limpiarme y sin limpiarla a ella. Debía continuar el informe. Mi pensamiento era más lucido, trabajaría tres horas transcribiendo y juntando definiciones sexuales, haciendo más elocuente la descripción. Detrás de la puerta se escuchaba el gemido de un bicho extraño, era Vanessa, un gesto burlón nació de mi rostro creciendo en un apetito facial, Tiberio volvía a la tumba del pasado, sentí menos pesadez en la barbilla, era de nuevo yo mismo el periodista falso, sin futuro y con un racimo de perversiones creciendo desaforadamente en su cabeza.

Sacudí la cajetilla, un cigarrillo abortaba del papel, lo atrapé entre mis dedos con calma, lo acaricié luego lo llevé a mis labios, entendiendo claramente el tragapalabras, la almendrita de Vanessa era la íntima adivinanza. Aplasté el cigarrillo contra el cenicero, seguí en el informe, tenía que finalizarlo.

Pasaban los días y Vanessa no me dirigía la palabra, eso me irritaba, no almorzaba en el comedor y por la noche prefería cenar en la cocina, que falta de educación murmuraba enojado, pero al final no le daba mucha importancia, sólo decía: “mientras respiro espero”. Al cuarto día de la semana me encontraba muy atareado con otro informe, “Prostitución Infantil”, alguien tocó en la puerta era Vanessa.

Deseo jugar a las escondidas cuenta hasta diez y me ocultaré en tu cuerpo, mira he traído un amiguito, se llama Mateo y se muere por jugar contigo.

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