miércoles, 17 de febrero de 2010

Crónica Usmeña

Laura cuenta hasta cero, desde cien.

Por Alexander Ramírez.

Un movimiento mal calculado es la antesala a una serie de acontecimientos donde ya no puedes echar el tiempo atrás: Andrés León fue asesinado junto al barrio Nebraska, localidad de Usme, en una serie de escaleras que comunican la avenida caracas con el barrio, oculto parcialmente por el centro comercial Altavista y el supermercado Éxito. Por ese agujero negro pasaba Andrés con dos amigos para recoger a su hermana Leidy, para cubrirla: llegar al Éxito con vida. Dos jóvenes más suben a la distancia. Alfil 2 a peón 5…


Andrés no gustaba del ajedrez, gustaba de jugar a las escondidas y al rejito quemado, jugaba con un parche largo, entre ellos Roque, Maira y Laura, una mujer futura madre de familia, que ha querido compartir esta historia conmigo.

A Laura la han rodeado las historias trágicas de sus amigos desde muy joven, ha sido testigo de la desidia y la impunidad en un barrio ubicado en los cerros orientales, en la localidad de Usme, donde ha vivido desde niña, donde la mayoría de sus habitantes permanecen porque han luchado por hacerse un lugar digno donde vivir, donde echar raíces y formar comunidad. Historias como la de Roque, al que el hermano se le tiró por un barranco y él no lo pudo soportar, meses después apareció envenenado con una infusión voluntaria, o Pedro Luis Balbuena, muerto a puñaladas en el barrio la Fiscala hace apenas una semana, todo por unos fósforos. No alcanzó a salvar patria, y la patria no lo hizo por él. Yo ando al lado de Laura todos los días y me hago a la idea de no temerle a la muerte, porque nunca me ha tocado cerca, porque voy a los velorios simplemente para hacer visita, por eso no voy, y no me aflijo, la procesión va por dentro. Laura, Roque, Andrés…

-Matemos a este mariguanero- dijeron los dos jóvenes, uno de ellos armado, que sin otro motivo (si se le puede llamar así) emprendieron contra Andrés y sus dos amigos, Tacuma y Chico. Pero Andrés no era ningún marihuanero, estaba por terminar su carrera universitaria en la UNAD. Los tres amigos corrieron, no estaban jugando rejito quemado: Chico, como presintiendo la trayectoria, sintiendo el calor en su tejido muscular, se lanzó en un matorral al escuchar un balazo, corrió cuesta abajo sin parar, escuchando los disparos a su espalda. Pero Tacuma no tuvo ese presentimiento, tuvo una gran intuición, su sentido de supervivencia supo que algunos animales no atacan si su presa yace inmóvil, si parece haber muerto. Se Arrojó al pasto al recibir una bala en el brazo y no se movió, se volvió todo oídos, testigo auditivo de las imprecaciones injustas contra su compañero de caminos, de juegos interminables que a pesar de sus variaciones eran siempre los mismos.

-Lala, se murió Andrés.

Le dijeron a Laura y ella no lo creyó, pensó en otro Andrés, uno que no conocía o que en la cadena de malentendidos o circunstancias confundió u olvidó o no quería recordar, otro Andrés que no era su amigo desde chiquitos, uno de los miles de Andrés que pueden existir en Bogotá y conocerse en un instante cualquiera.

-Andrés, el hermano de las Aguepanelas-…ya no había duda.

Cuando el padre de Andrés se enteró, estaba detenido en la cárcel la picota por alimentos. Nadie sabía que él estaba en la cárcel. La demanda se la puso su hija cuando cumplió los dieciocho años, y la retiró para que su padre pudiera ir a la velación de Andrés, pero el proceso burocrático era muy lento para el ritmo de una velación. La carroza fúnebre, tres buses, 10 taxis y ocho carros particulares hacían parte de la procesión que llegó a las tres de la tarde a la cárcel la Picota. El padre de Andrés, conocido como Mac Gyver, lo sacaron de su celda esposado, caminó por pasillos hasta salir del claustro y llegar donde estaba la carroza. Tenía 10 minutos para ver el cuerpo de su hijo. Quedó arrodillado y llorando cuando se llevaron a Andrés. Si hubiera sido Mac Gyver, el personaje de la serie Norteamericana, hubiera podido deshacerse de las esposas, golpear a los guardas y disfrazarse de uno de ellos para finalmente salir dentro de la carroza, bien librado, sin un rasguño, poder compartir el dolor de su esposa, estar con Andrés hasta el último momento, con la insatisfacción de no poder devolverle la vida, a pesar de toda su destreza.

Son ya varios los amigos de Laura, que sin ser mencionados aquí, hacen parte de la gran lista de los jóvenes muertos en Usme por fenómenos como la delincuencia juvenil, la venganza entre pandillas, los falsos positivos o la limpieza social, fenómenos que no son aislados y recorren barrios, veredas, comunas y corregimientos a lo largo y ancho del país sin buscar una solución por parte del estado, pero encontrando acciones de resistencia y de organización por parte de sus habitantes, como el concierto dado el pasado19 de diciembre, en memoria de cuatro jóvenes muertos en la cancha de barrio Betania por grupos de limpieza social; concierto donde la música Hip hop reunió a más de cien jóvenes que como Laura no quieren ver que más amigos o familiares sigan desapareciendo. Cuando sale de su trabajo, Laura se preocupa de subir al barrio sin dar papaya, coger un carrito que la suba, ya que los alimentadores de Transmilenio no llegan hasta su casa, o se va acompañada de su amiga Maira, por una ruta, que aunque no es la más rápida, no es tan insegura; ahora se preocupa principalmente en su salud, para que su hijo nazca sano y pueda jugar a las escondidas con sus futuros amigos y un dia pueda decir:”un, dos, tres, por Andrés”.

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